Luzbel o el santo patrono de los desempleados griegos*

No basta con gritar “estoy lleno de rabia” ni con alimentar durante días las ganas de levantar una alcantarilla y arrojarte ahí dentro. No basta con nada cuando estás desesperado, porque en eso consiste la sensación: en no saber cuándo es suficiente, qué tanto más hay que aguantar o si hay alguna razón secreta por la que las cosas no pueden cambiar. El tiempo va pasando y comienzas a sospechar que tu vida podría ser siempre así, yendo de aquí para allá sin rumbo fijo, chocando contra las paredes, confundiéndote con la luz como una polilla antes de morir.

La vida humana está llena de esquemas y formatos predeterminados. Tal vez por eso sea tan doloroso no encajar. La sensación de sentirse desfasado, fuera del curso natural de la vida asalariada del resto del mundo solamente puede hacer sentirte como un dios o una bestia. Lo primero si tienes dinero y lo segundo, ya sabemos. Pero tal vez no sea la manera indicada de expresarlo, pues el único animal que sufre por dinero es el hombre. Sería más preciso decir: “como un arrojado, como un expulsado Lucifer, como una criatura que ha perdido su estatus original y se halla en una condición completamente ajena, en el pantanoso y angustioso territorio del no-ser”.

Hay algo trágicamente luciferino en encontrarse desempleado, a merced del mundo real, basado en el hambre y la persecución. Es un rencor que va creciendo aceleradamente, incubando desprecio por aquellos que aún pertenecen a la corte angelical de los empleados y trabajadores. Un odio injusto, pues la culpa no es suya, sino de la suerte, y a veces, de ti mismo. Si quieres que un hombre mate a su familia y luego se prenda fuego encerrado en su casa, quítale su trabajo y añádele dos ceros a las deudas de su hipoteca. No hay otra manera de perder la razón de una manera  tan repentina. Porque estar desempleado es algo completamente lógico, si tomamos en cuenta que el principio que organiza nuestras vidas es la competencia acelerada y asistida de patadas y mordiscos. Salir de este flujo significa ser expulsado del feudo de la razón convencional para pasar a convertirse en un forajido, en un alienado, en un loco, pero siempre bien consciente de lo que está pasando y de lo que estás perdiendo. Y todo por no tener lo que se necesita para ser como los demás, o peor, por carecer de una oportunidad para ser como ellos.

Trabajar, trabajar, trabajar. ¿Tenemos que encontrar un plan siniestro en la mitología juedocristiana por hacer de esta actividad el destino más funesto del humano? Qué pensar a estas alturas, si aquello fue el castigo de una actitud disoluta pero incomprensible, un símbolo para prohibir el placer o posponerlo. El trabajo implica cierto tiempo que es necesario comprometer inevitablemente si se quiere aspirar a la redención. Este estado de gracia, inventado hace miles de años en Asia Menor, llevaba desde entonces la maldición de su contraparte: la inactividad, la ociosidad, la maldad. Lucifer es una entidad maligna por ociosa, por haber perdido la condición angelical que lo mantenía perennemente lleno de gracia y sabiduría. Que lo mantenía ocupado.

Este ángel soberbio e inconforme es el ejemplo más claro de que la furia de este dios hace distinciones, pues por un lado destruyó la población entera de unas ciudades donde ya se estaba gozando demasiado, y por el otro, condenó a un desempleo eterno a uno de sus más importantes lugartenientes. ¿Hay que pensar entonces que estar así, desempleado y separado es una especie de castigo por cierta arrogancia, una humillación de la inteligencia por parte de una entidad superior?

En realidad, hay mucho del dios judeocristiano en la gente que puede ofrecerte un trabajo, y mucho de Lucifer en quien no puede obtenerlo. ¿Magia, roles predeterminados? Es difícil saberlo. Pero lo cierto es que, como el ángel caído, un desempleado puede empezar a lucrar e inventar un valor sobre lo que hace: descubriendo nuevos pecados, escribiendo literatura o empezando a ahorrar para comprar un arma y terminar con todo de una vez.

*Manuscrito encontrado en la mochila de un estudiante arrestado durante los últimos disturbios en la Plaza Syntagma.

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